Escribir un blog es volcar el espíritu en el papel electrónico, quizás una manera de exorcizarme, de huir de mi propia interioridad y desparramarme en el otro. Algunos apelan al cura y otros al psicoanalista. No me llamo Pablo Neruda. No abundaré en mi apellido, pero sí, es media verdad mi firma, me llamo Pablo. Pablo para todos los efectos.
Soy peruano. Tengo 45 años y he vivido una enormidad. Para hacer un balance de presentación: estoy hecho de múltiples heridas y goces. He viajado por todo el mundo, he paladeado innumerables comidas, he amado a decenas de mujeres (no llego a cien, es verdad), he leído todos los libros que podía leer y mucho más.
Aunque este blog presenta mis memorias, las memorias de un loco dado a la aventura, les alcanzo una aproximación bastante suscinta:
Estudié en el Markham y de allí derivé al San Toto, donde estudié filosofía. Poco contento con la teoría de las interrogantes humanas, inicié estudios de literatura en la PUCP y, por alguna razón, terminé estudiando sociología en San Marcos en una época convulsa. Elegí San Marcos porque me llamaba la atención la violencia y para entenderla me sumergí en un mundo de afiebrados ideólogos. Al final, a los terrucos sólo los ví con pasamontañas y hasta amenazándome con una pistola en la frente.
Cuando papá se casó de nuevo, me dotó de ingresos propios. Hice un posgrado en Londres (curiosamente en Derecho, London, Lawand Economics) y de allí viajé por todo el mundo, casi sin excepción, de Nueva York a Berlin, de Paris a Barcelona, de Johanesburgo a Roma, de Asunción a Hong Kong, de Addis Abeba al Tibet....
Amé mucho, leí, escribí, me afilié a un partido, comí, me peleé. Me enamoré de Marthita, una limeña mazamorrera. Me ornamentó con dos sólidos cuernos. El corazón se me deshizo y bebí una semana entera hasta acabar en el Hospital casi comatoso. Tras ella aprendí nuevas mañas. Seduje a una mujer casada, cuyo esposo me correteó por los techos a pistoletazos. Luego me volví a enamorar: Eloísa, Teresa, Rosa, Carmen. Sólo me casé cuando no me enamoré y me fui mal. Me volví a casar dos veces más.
Me afilié a un partido y alcancé un sitial interesante. Postulé al Congreso y perdí, pero seguí. Dejé la poesía por la oratoria. Un hombre sabio me dijo que antes que ser mal poeta me convenía ser un gran orador y así fue. Enterré o más bien, quemé (literalmente) mis poemas en algún año nuevo del cual no quiero acordarme. Destaqué como orador y gané un concurso universitario de oratoria. Recorrí América dando lecciones de democracia, gracias a una fundación.
Hablé en todas las tribunas y me dediqué a enseñar el arte de la elocuencia. Logré una catedra en una universidad privada, filosofía es mi tema. Escribí un libro sobre Kant y edité mi tesis de Schpenhauer.
Me cerraron mil puertas y me abrieron cien. Humillaciones, maltratos, pérdidas, quiebres, asaltos, cornadas, y, sobre todo, todos los goces inimaginables.
Como Neruda, confieso que he vivido.
Quizás desde una perspectiva amplia, de mundo, de una vida exagerada y por momentos atorrante, también puedo opinar: de política, literatura, economía.
Soy un devorador de vida y un hombre que donde va dice lo que piensa o piensa en voz alta sea cuales sean las consecuencias (y sí que las ha habido).
Y abro este blog con esa inquietud. Dicen que los que abren blogs es que han sido ninguneados en otros medios. Los Don Ninguno, abrimos blogs, no con la esperanza de ser alguien, sino de decir algo, de colgar el alma en los cordeles de la azotea. Aquí estoy, ahora soy de ustedes...
Ahi nos vidrios...
miércoles, 17 de diciembre de 2008
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