miércoles, 17 de diciembre de 2008

Puertas cerradas


Hubo un tiempo de crisis. Cuando quebraron las empresas de mi padre y tuve que regresar a Lima, todo se desmoronó en mi vida de sueños. Anduve buscando trabajo, pero la sociologia y, más de San Marcos, no da de comer.

Me las vi solo. Recuerdo aquellos meses. Una mañana de abril, bastante helada y nubosa, llamé a mi tío Juan. Se había abierto una plaza en una ONG interesante. Mi tio era muy amigo y había sido socio por años del dueño de aquella ONG, Don M. El viejo lo llamó, habló con él y entre trato y trato a algo creo que se llegó. "Llamalo o escribele un correo", me dijo con aire reposado.

Así hice. Lo llamé, pero tras cuatro llamadas nada fructíferas, decidí escribirle un mail. Me presenté, le adjunté mi CV, le dije que le agradecía a él y a mi tío la oportunidad, entre otras cosas melifluas e idiotas que siempre se dicen en un correo.

Apagué mi PC y salí a la calle. Anduve caminando por horas, me vi una película en un multicines. Llegué a casa, dormí otras horas y corrí a prender mi PC nuevamente. Outlook, nada, cero respuesta. Apesadumbrado, me acosté. Me levanté a las 5 am. Esta vez abrí mi laptop en la cama. Cero respuesta. Pasaron dos días y tres, cero respuesta. Comencé a preguntarme por qué razón los peruanos nunca respondemos los correos electrónicos. No era la primera vez, quizás somos poco asertivos y no nos atrevemos a decir qué no.

Al final jamás me respondió. Debí vender mi laptop y mi Pc, también mi Volvo. Mi búsqueda se hizo vertiginosa. Me volvió a pasar lo mismo una y otra vez. Nunca como entonces oí a los prisioneros y nadé en su música. "Unete al baile de los que sobran" se tornó en un himno. Mi padre era procesado y detenido por un asunto que no viene al caso y yo fui forzado a dejar el apartamento, mutado a bulin, escenario de múltiples orgías y borracheras. Nada me quedaba. Sólo unos ahorros para alquilar unos cuartitos.

Fueron esos momentos en los que el apellido no significaba más que un vocablo rompiendo el oído. Fueron tantos los correos sin respuestas y las llamadas con contestador que asumí que la moral obstruía el camino directo a mi meta. Recordé mis lecturas del Sartre ético y de su concepción del mal infinito; me vino a la memoria las lecciones de Kant y el menjunje entre libertad y moral. ¿Robaría para comer? ¿Robaría un pan como Jean Valjean? Y mis huesos, a dónde irían a parar (perdonenme lo vallejiano).

Un colega, también desempleado, me recordó que el destino no existe, que lo que existe es una construcción milimétrica del futuro a partir de nuestras decisiones, hasta de las más minúsculas y banales. Yo le dije que hay un poco de eso y de lo otro, de lo que Maquiavelo llamaba virtú e fortuna, que no sólo es el nombre de un blog, sino además la conjunción de lo que nos empuja a ser felices, a morir, a salir malheridos, a amar o quedarnos solos. Virtú es lo que aportamos al destino (inteligencia, fuerza, astucia, etc) y fortuna es el viento a favor o en contra, siempre sorpresivo.

Debo decirles que no robé. Preparé una bolsa de cachivaches y salí a venderlos en el mercado de baratijas, o sea, la Avenida Argentina. No vendí nada, pero grande fue mi sorpresa cuando desde el fondo el diablo en persona asomó, sí, creanme, el gran Don M. Uno de los pocos hombres que me hizo sentir un Don Nadie, una bazofia inmunda en una bolsa negra al fondo de un relleno sanitario.

La vida no tiene por qué ser justa, decía Kennedy. No hay una lógica moral en los acontecimientos. Los hombres buenos pueden ser devorados por la tragedia y los malos morir en su cama a los 98 bien felices años. Al pincho, dice la vida, las cosas son sólo como son, y punto. Recordé "Ladrones de Bicicletas". A Don M, se le unió una bellísima mujer. Pasó como si paseara en su chacra, sin reparar en mí. Los vi deambular, comprar e irse nuevamente en su 4x4. Habían pasado muy cerca de un sujeto de mal aspecto, un tremendo choro a leguas. Pero el ladrón los dejó pasar, como quien deja pasar a una autoridad celestial.

Algunos minutos más tarde, el ladrón y otros más que se le juntaron luego, me rodearon, me zamaquearon, me arrebataron mi bolsa con mis cosas y dejándome apenas con mis pantalones (de nuevo literalmente), desaparecieron entre la maleza de gentes.

Demás está decir que las cosas cambiaron. Las empresas se levantaron. Mi padre las recompró y volví a ser casi el de antes, aunque con menos pelo y más barriga. Pero jamás olvidaré lo que aprendí de la justicia esa tarde. Según Mariano, hay que vivir, devorar la vida antes que ella acabe por devorarte a tí ¿Habrá plagiado a Susy Diaz? Posiblemente.

Concluyo finalmente, EL PODER LO ES TODO, SIN PODER NADA SOMOS.

Ahí nos vidrios

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gocen hablando