jueves, 18 de diciembre de 2008

No es un blog erótico


Este no es un blog erótico. Siempre he creído que blogs tipo Mojadita esconden a algún reprimido sexual con ínfulas imaginarias. Quizás algún o alguna feucha con ganas de comerse a medio mundo. Como verán este es un prejuicio y como todo prejuicio se basa en conjeturas, sin conexión con prueba alguna y fácilmente refutable. Pero somos humanos y tendemos a "hacernos" ideas de las cosas, falsas o no, pero ideas sin sustento la mayoría de las veces.

Pues bien. No soy un blogero que quiera fantasear para satisfacer algún trauma o superar alguna represión. no haré un recuento de mis amores, pero sí debo contar un evento que me marcó y signó mi vida hacia adelante. Había llegado de viaje mi primo David y salimos de putas, como en aquellos años en los que se salía de putas sin miedo a contagiarte de nada. Quizás era 1981. El Botecito nos esperaba en todo su esplendor. Se llamaba (nombre de batalla) Diana. Fue la última vez que pagué por placer.

Entré e hicimos de todo. La gocé sin detenerme a pensar en el dije religioso que me había regalado mamá hacía unas horas. Tiré como loco. Al final, Diana hizo las preguntas de rigor. Era una puta dulce, de esas que te oyen y te preguntan sobre tus sueños. Por entonces estudiaba filosofía y era un hereje maldito. Mientras me hablaba, seguí besándola.

-¿Y tienes enamorada? - pregumtó
-Sí, claro - musité.

Allí quedó todo. Al día siguiente llegué a las 5pm a la casa de Marisol, mi leal enamorada de entonces. Ibamos a casarnos. Sus padres me adoraban y sólo me faltaba conocer a sus hermanos. Uno en Miami, paraíso de los peruleros; y la otra felizmente casada con un médico del Hospital del Niño. Luego de tirarme a Marisol aquella tarde encima de uno de sus muebles, llegaron sus padres. Me invitaron a cenar. Esa noche llegaría su hermana Doris y, por fin la conocería.

¿Qué creen? Llegó Diana, del Botecito. Cuando me vio, casi se desmaya. Fingió no conocerme, igual yo. Su marido la trataba como una reina durante la cena, ignorando la voracidad de la tigresa que paseaba a su lado. Sentada frente a mí, apenas una mirada de soslayo, asustada a morir. Nunca pasé una velada más sofocante que esa. Noté que los nervios la delataban. Su hermana le preguntó tres veces por qué estaba sudando. Ál terminar la cena me evadió. Yo la seguía con la mirada con absoluta naturalidad ¿Sabía el marido, la hermana y los padres que esa florcita delicada era una puta y de las buenas? No me creerán, pero mi casi suegro me contó que sabía de problemas de erección del cuerneado. Pobre hombre!

Regresé al día siguiente a su habitación pecaminosa. Cuando me vio me jaló del brazo y me pidió discuilpas por haberme ignorado: "Eran las circunstancias" dijo. Dijo que su familia ignoraba su vida oculta y que dejara a su hermana, que me alejara de su vida. Claro que me negué.


Pasaron tres meses y seguí visitándola en su cubil. A ella le convenía que yo fuera, pues así tenía, en cierta forma, el control de la situación. Ni siquiera me cobraba y a tal punto llegó esa relación estrecha, que comenzó fenicia, que me fui enredando en mi telaraña de pasión. Ya no me la tiraba en un cuartito al fondo del pasadizo junto al foquito sino en su propia casa mientras el marido trabajaba en la Clínica. Fueron meses de faenas de fuego. Sin saber cómo, mi amor por Marisol se fue apagando mientras que mi amor por "Diana" crecía a pasos agigantados.


Pero el amor es una ilusión cuando se basa en el cuerpo o en un par de ojos azules o en una primavera, siempre circunstancial. Fue entonces que viajé a la India por primera vez. Mi padre me concedió el regalo de mi vida, un viaje interior a través de un viaje exterior. Me sumergí por primera vez en el budismo zen, que lo aprendí de un chino en la India. Pero lo más extraño de aprender a vivir el instante que vivo y a renunciar a mi "Yo", cosa impracticable al fin, fue el aprendizaje de la verdad. Fue Sabdinarha que me enseñó a comprometerme con la verdad. "Di la verdad, se auténtico y haz lo que quieras, incluso bebe del placer. Pero di la verdad". Una versión oriental del agustiniano "ama y haz lo que quieras". Decir la verdad es un sucidio social, pero eso hice desde entonces, y con todos los problemas que me acarrearía en el futuro.


Confesé a diestra y siniestra mi amor por Diana, a la que señalé delante de su familia como una puta, en nombre de la verdad. Saqué del closet a un amigo. Le dije a mi padre que es un miserable que hizo miserable la vida de mi madre (casada luego con un gaditano). Le dije a un profesor que sus clases eran una muestra de lo anémica que es la enseñanza en el Perú y le dije al director de la escuela de teología que era un fundamentalista, un Ayatolah con sotana y malhumor demoniaco.


No imaginan dónde acabé. El único que me perdonó fue mi padre, que para eso se es padre. Confieso que, desde entonces, la verdad entera, no la media o matizada, ha sido la ley de mi vida. Quizás eso explique la suma de mis divorcios. Sería más fácil ser abiertamente franco en un mundo de seres tolerantes, la tolerancia es la condición esencial de la franqueza, es decir, de la libertad.


¿Qué? ¿Que qué me hizo Marisol? Le confesé lo de su hermana antes del inicio de una película, en el Cine El Pacífico. Simplemente me gritó infatigable entre protestas, chillidos y silbatinas del público impaciente. Luego se fue entre llantos. Nunca más la vi. A su hermana sí, no me quedó sino perdonarle el puñetazo directo en mi pómulo derecho y el cuasidesmayo. El médico la siguió en el turno, me dio una paliza de tal magnitud que aun me duelen las coyunturas.


La filosofía me enseñó a ser leal con los principios y con la verdad, que según Agustín, "es lo que es". No, no lo que quisieramos que sea o lo que todos quisieran. La verdad es lógica, desconoce completamente las emociones. Es aunque no nos guste. Yo supe adaptarme a ese principio aun cuando la sociología que la universidad me enseñó tenía relación más con convenciones sociales y extrañas leyes que jamás admití, dado mi individualismo extremo, anárquico y caótico.

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