jueves, 12 de febrero de 2009

lunes, 26 de enero de 2009

Y me quedé esperando

Dile sí a todo, comete al mundo. No importa a dónde llegues, pero a algún lugar llegarás.

Bueno, divagaba sobre esta afirmación luego de ver una película aleccionadora "Sí, señor". Es verdad. Fui con dos amigos. De allí enrumbamos a un restaurante de luxe. La noche bien lo valía: era una forma de decirle "si" a nuestro apetito.

Bueno, escribí esto mientras aguardaba una llamada que nunca llegará. Es un negocio, el gran negocio de mi vida. Fue un amigo el que me contactó con aquella empresa que me daría el cargo de Gerente en una de sus áreas. Al final no llamaron y desistí de esperar ¿Saben por qué? Porque la vida hay que disfrutarla aquí y ahora y toda espera es una traición a mi momento único e insustituible. Dejé de esperar al necio que me llamaría y abandoné rápido la fe en que mío sería el puesto.

No me equivoqué. Retomé el post hoy, cuando ha pasado más de una semana y no me llamarán. Así es y felizmente desistí de esperar a tiempo y me enfrasqué en el reto de gozar estos días. Así me olvidé del asunto. Nunca llamarán. No esperes nada, ninguna circunstacia o persona. Deja que ellos te encuentren a tí mientras disfrutas.

Bien dijo Saint John Perse: "Invalorables son los momentos y las esperanzas, inciertas."

jueves, 15 de enero de 2009

El placer y el tragazón del mundo

Luego de unas vacaciones gozosas, vuelvo con las baterías cargadas y los porongos llenos. Mi amigo Luis me pregunta de las cosas que me arrepiento y le respondo "de lo no hecho...Pero todo puede repararse"..

Me arrepiento de las bocas que no he besado, de los cuerpos que no he tomado, de los libros que no he leído, de las materias y disciplinas que no he conocido. Es increible como perdemos el tiempo mirando el muro en blanco. Me arrepiento de los lugares que no he conocido, de las ciudades en las que no me he sumergido, de las peliculas que no he visto, de las comidas apetitosas que no he paladeado, de las bebidas que no he sorbido, de los amaneceres que en la intemperie no he contemplado, de las reuniones a las que no he asistido, de las perpetraciones en las que no he participado, de las playas en las que no me he bañado, de los campos en los que no he reposado, de las pasiones que no me han invadido, de los partidos de fútbol que no me han crispado. Me arrepiento de las bibliotecas no visitadas, de los amores no probados, de las tertulias en las que estuve ausente, de las aventuras que no me arriesgaron. De todo y más me arrepiento.

La vida es ineludiblemente trágica: enfermarás, te lastimarán, padecerás pérdidas y adioses y finalmente morirás. Pero esos son episodios, esenciales, pero episodios al fin. La vida es más de lo otro, paisajes, caminos, cuerpos, labios, filmes, páginas, césped...

Nada hay más idiota que pasar por alto la vida radical, esa que debe vivirse y que no vivimos sino como un simulacro, completamente ajenos a ella. Un amigo está muriendo, un conocido fue atropellado por un vehículo... Ellos vivieron dormidos y sólo despertaron en el minúsculo segundo que la vida les pasó por encima en tránsito hasta la muerte. Un segundo, un párpado cerrado frente al timón y adiós.

Mientras tanto queda la vida, como instantes, como obra, una gran pintura, un gran libro...

Le dije a Luis que no se trata de tener una aspiración, una meta, sino de gozar lo que hay y los que hacemos, pues de ese goce nace la pasión y la grandeza, que es una acumulación de pequeños pasos. No tengo metas, camino a la deriva aprovechando al máximo las oportunidades y gozándolas a más no poder, como quien exprime una camiseta mojada para sacarle todo el agua. Así es mi vida.

Soy un omnivoro, devoro el mundo y la vida y gozo a más no poder, hasta del vaso de agua que llega a mis manos. Creo que de eso se trata todo....

jueves, 18 de diciembre de 2008

No es un blog erótico


Este no es un blog erótico. Siempre he creído que blogs tipo Mojadita esconden a algún reprimido sexual con ínfulas imaginarias. Quizás algún o alguna feucha con ganas de comerse a medio mundo. Como verán este es un prejuicio y como todo prejuicio se basa en conjeturas, sin conexión con prueba alguna y fácilmente refutable. Pero somos humanos y tendemos a "hacernos" ideas de las cosas, falsas o no, pero ideas sin sustento la mayoría de las veces.

Pues bien. No soy un blogero que quiera fantasear para satisfacer algún trauma o superar alguna represión. no haré un recuento de mis amores, pero sí debo contar un evento que me marcó y signó mi vida hacia adelante. Había llegado de viaje mi primo David y salimos de putas, como en aquellos años en los que se salía de putas sin miedo a contagiarte de nada. Quizás era 1981. El Botecito nos esperaba en todo su esplendor. Se llamaba (nombre de batalla) Diana. Fue la última vez que pagué por placer.

Entré e hicimos de todo. La gocé sin detenerme a pensar en el dije religioso que me había regalado mamá hacía unas horas. Tiré como loco. Al final, Diana hizo las preguntas de rigor. Era una puta dulce, de esas que te oyen y te preguntan sobre tus sueños. Por entonces estudiaba filosofía y era un hereje maldito. Mientras me hablaba, seguí besándola.

-¿Y tienes enamorada? - pregumtó
-Sí, claro - musité.

Allí quedó todo. Al día siguiente llegué a las 5pm a la casa de Marisol, mi leal enamorada de entonces. Ibamos a casarnos. Sus padres me adoraban y sólo me faltaba conocer a sus hermanos. Uno en Miami, paraíso de los peruleros; y la otra felizmente casada con un médico del Hospital del Niño. Luego de tirarme a Marisol aquella tarde encima de uno de sus muebles, llegaron sus padres. Me invitaron a cenar. Esa noche llegaría su hermana Doris y, por fin la conocería.

¿Qué creen? Llegó Diana, del Botecito. Cuando me vio, casi se desmaya. Fingió no conocerme, igual yo. Su marido la trataba como una reina durante la cena, ignorando la voracidad de la tigresa que paseaba a su lado. Sentada frente a mí, apenas una mirada de soslayo, asustada a morir. Nunca pasé una velada más sofocante que esa. Noté que los nervios la delataban. Su hermana le preguntó tres veces por qué estaba sudando. Ál terminar la cena me evadió. Yo la seguía con la mirada con absoluta naturalidad ¿Sabía el marido, la hermana y los padres que esa florcita delicada era una puta y de las buenas? No me creerán, pero mi casi suegro me contó que sabía de problemas de erección del cuerneado. Pobre hombre!

Regresé al día siguiente a su habitación pecaminosa. Cuando me vio me jaló del brazo y me pidió discuilpas por haberme ignorado: "Eran las circunstancias" dijo. Dijo que su familia ignoraba su vida oculta y que dejara a su hermana, que me alejara de su vida. Claro que me negué.


Pasaron tres meses y seguí visitándola en su cubil. A ella le convenía que yo fuera, pues así tenía, en cierta forma, el control de la situación. Ni siquiera me cobraba y a tal punto llegó esa relación estrecha, que comenzó fenicia, que me fui enredando en mi telaraña de pasión. Ya no me la tiraba en un cuartito al fondo del pasadizo junto al foquito sino en su propia casa mientras el marido trabajaba en la Clínica. Fueron meses de faenas de fuego. Sin saber cómo, mi amor por Marisol se fue apagando mientras que mi amor por "Diana" crecía a pasos agigantados.


Pero el amor es una ilusión cuando se basa en el cuerpo o en un par de ojos azules o en una primavera, siempre circunstancial. Fue entonces que viajé a la India por primera vez. Mi padre me concedió el regalo de mi vida, un viaje interior a través de un viaje exterior. Me sumergí por primera vez en el budismo zen, que lo aprendí de un chino en la India. Pero lo más extraño de aprender a vivir el instante que vivo y a renunciar a mi "Yo", cosa impracticable al fin, fue el aprendizaje de la verdad. Fue Sabdinarha que me enseñó a comprometerme con la verdad. "Di la verdad, se auténtico y haz lo que quieras, incluso bebe del placer. Pero di la verdad". Una versión oriental del agustiniano "ama y haz lo que quieras". Decir la verdad es un sucidio social, pero eso hice desde entonces, y con todos los problemas que me acarrearía en el futuro.


Confesé a diestra y siniestra mi amor por Diana, a la que señalé delante de su familia como una puta, en nombre de la verdad. Saqué del closet a un amigo. Le dije a mi padre que es un miserable que hizo miserable la vida de mi madre (casada luego con un gaditano). Le dije a un profesor que sus clases eran una muestra de lo anémica que es la enseñanza en el Perú y le dije al director de la escuela de teología que era un fundamentalista, un Ayatolah con sotana y malhumor demoniaco.


No imaginan dónde acabé. El único que me perdonó fue mi padre, que para eso se es padre. Confieso que, desde entonces, la verdad entera, no la media o matizada, ha sido la ley de mi vida. Quizás eso explique la suma de mis divorcios. Sería más fácil ser abiertamente franco en un mundo de seres tolerantes, la tolerancia es la condición esencial de la franqueza, es decir, de la libertad.


¿Qué? ¿Que qué me hizo Marisol? Le confesé lo de su hermana antes del inicio de una película, en el Cine El Pacífico. Simplemente me gritó infatigable entre protestas, chillidos y silbatinas del público impaciente. Luego se fue entre llantos. Nunca más la vi. A su hermana sí, no me quedó sino perdonarle el puñetazo directo en mi pómulo derecho y el cuasidesmayo. El médico la siguió en el turno, me dio una paliza de tal magnitud que aun me duelen las coyunturas.


La filosofía me enseñó a ser leal con los principios y con la verdad, que según Agustín, "es lo que es". No, no lo que quisieramos que sea o lo que todos quisieran. La verdad es lógica, desconoce completamente las emociones. Es aunque no nos guste. Yo supe adaptarme a ese principio aun cuando la sociología que la universidad me enseñó tenía relación más con convenciones sociales y extrañas leyes que jamás admití, dado mi individualismo extremo, anárquico y caótico.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Puertas cerradas


Hubo un tiempo de crisis. Cuando quebraron las empresas de mi padre y tuve que regresar a Lima, todo se desmoronó en mi vida de sueños. Anduve buscando trabajo, pero la sociologia y, más de San Marcos, no da de comer.

Me las vi solo. Recuerdo aquellos meses. Una mañana de abril, bastante helada y nubosa, llamé a mi tío Juan. Se había abierto una plaza en una ONG interesante. Mi tio era muy amigo y había sido socio por años del dueño de aquella ONG, Don M. El viejo lo llamó, habló con él y entre trato y trato a algo creo que se llegó. "Llamalo o escribele un correo", me dijo con aire reposado.

Así hice. Lo llamé, pero tras cuatro llamadas nada fructíferas, decidí escribirle un mail. Me presenté, le adjunté mi CV, le dije que le agradecía a él y a mi tío la oportunidad, entre otras cosas melifluas e idiotas que siempre se dicen en un correo.

Apagué mi PC y salí a la calle. Anduve caminando por horas, me vi una película en un multicines. Llegué a casa, dormí otras horas y corrí a prender mi PC nuevamente. Outlook, nada, cero respuesta. Apesadumbrado, me acosté. Me levanté a las 5 am. Esta vez abrí mi laptop en la cama. Cero respuesta. Pasaron dos días y tres, cero respuesta. Comencé a preguntarme por qué razón los peruanos nunca respondemos los correos electrónicos. No era la primera vez, quizás somos poco asertivos y no nos atrevemos a decir qué no.

Al final jamás me respondió. Debí vender mi laptop y mi Pc, también mi Volvo. Mi búsqueda se hizo vertiginosa. Me volvió a pasar lo mismo una y otra vez. Nunca como entonces oí a los prisioneros y nadé en su música. "Unete al baile de los que sobran" se tornó en un himno. Mi padre era procesado y detenido por un asunto que no viene al caso y yo fui forzado a dejar el apartamento, mutado a bulin, escenario de múltiples orgías y borracheras. Nada me quedaba. Sólo unos ahorros para alquilar unos cuartitos.

Fueron esos momentos en los que el apellido no significaba más que un vocablo rompiendo el oído. Fueron tantos los correos sin respuestas y las llamadas con contestador que asumí que la moral obstruía el camino directo a mi meta. Recordé mis lecturas del Sartre ético y de su concepción del mal infinito; me vino a la memoria las lecciones de Kant y el menjunje entre libertad y moral. ¿Robaría para comer? ¿Robaría un pan como Jean Valjean? Y mis huesos, a dónde irían a parar (perdonenme lo vallejiano).

Un colega, también desempleado, me recordó que el destino no existe, que lo que existe es una construcción milimétrica del futuro a partir de nuestras decisiones, hasta de las más minúsculas y banales. Yo le dije que hay un poco de eso y de lo otro, de lo que Maquiavelo llamaba virtú e fortuna, que no sólo es el nombre de un blog, sino además la conjunción de lo que nos empuja a ser felices, a morir, a salir malheridos, a amar o quedarnos solos. Virtú es lo que aportamos al destino (inteligencia, fuerza, astucia, etc) y fortuna es el viento a favor o en contra, siempre sorpresivo.

Debo decirles que no robé. Preparé una bolsa de cachivaches y salí a venderlos en el mercado de baratijas, o sea, la Avenida Argentina. No vendí nada, pero grande fue mi sorpresa cuando desde el fondo el diablo en persona asomó, sí, creanme, el gran Don M. Uno de los pocos hombres que me hizo sentir un Don Nadie, una bazofia inmunda en una bolsa negra al fondo de un relleno sanitario.

La vida no tiene por qué ser justa, decía Kennedy. No hay una lógica moral en los acontecimientos. Los hombres buenos pueden ser devorados por la tragedia y los malos morir en su cama a los 98 bien felices años. Al pincho, dice la vida, las cosas son sólo como son, y punto. Recordé "Ladrones de Bicicletas". A Don M, se le unió una bellísima mujer. Pasó como si paseara en su chacra, sin reparar en mí. Los vi deambular, comprar e irse nuevamente en su 4x4. Habían pasado muy cerca de un sujeto de mal aspecto, un tremendo choro a leguas. Pero el ladrón los dejó pasar, como quien deja pasar a una autoridad celestial.

Algunos minutos más tarde, el ladrón y otros más que se le juntaron luego, me rodearon, me zamaquearon, me arrebataron mi bolsa con mis cosas y dejándome apenas con mis pantalones (de nuevo literalmente), desaparecieron entre la maleza de gentes.

Demás está decir que las cosas cambiaron. Las empresas se levantaron. Mi padre las recompró y volví a ser casi el de antes, aunque con menos pelo y más barriga. Pero jamás olvidaré lo que aprendí de la justicia esa tarde. Según Mariano, hay que vivir, devorar la vida antes que ella acabe por devorarte a tí ¿Habrá plagiado a Susy Diaz? Posiblemente.

Concluyo finalmente, EL PODER LO ES TODO, SIN PODER NADA SOMOS.

Ahí nos vidrios

¿Quién es Pablo Neruda?

Escribir un blog es volcar el espíritu en el papel electrónico, quizás una manera de exorcizarme, de huir de mi propia interioridad y desparramarme en el otro. Algunos apelan al cura y otros al psicoanalista. No me llamo Pablo Neruda. No abundaré en mi apellido, pero sí, es media verdad mi firma, me llamo Pablo. Pablo para todos los efectos.

Soy peruano. Tengo 45 años y he vivido una enormidad. Para hacer un balance de presentación: estoy hecho de múltiples heridas y goces. He viajado por todo el mundo, he paladeado innumerables comidas, he amado a decenas de mujeres (no llego a cien, es verdad), he leído todos los libros que podía leer y mucho más.

Aunque este blog presenta mis memorias, las memorias de un loco dado a la aventura, les alcanzo una aproximación bastante suscinta:

Estudié en el Markham y de allí derivé al San Toto, donde estudié filosofía. Poco contento con la teoría de las interrogantes humanas, inicié estudios de literatura en la PUCP y, por alguna razón, terminé estudiando sociología en San Marcos en una época convulsa. Elegí San Marcos porque me llamaba la atención la violencia y para entenderla me sumergí en un mundo de afiebrados ideólogos. Al final, a los terrucos sólo los ví con pasamontañas y hasta amenazándome con una pistola en la frente.

Cuando papá se casó de nuevo, me dotó de ingresos propios. Hice un posgrado en Londres (curiosamente en Derecho, London, Lawand Economics) y de allí viajé por todo el mundo, casi sin excepción, de Nueva York a Berlin, de Paris a Barcelona, de Johanesburgo a Roma, de Asunción a Hong Kong, de Addis Abeba al Tibet....

Amé mucho, leí, escribí, me afilié a un partido, comí, me peleé. Me enamoré de Marthita, una limeña mazamorrera. Me ornamentó con dos sólidos cuernos. El corazón se me deshizo y bebí una semana entera hasta acabar en el Hospital casi comatoso. Tras ella aprendí nuevas mañas. Seduje a una mujer casada, cuyo esposo me correteó por los techos a pistoletazos. Luego me volví a enamorar: Eloísa, Teresa, Rosa, Carmen. Sólo me casé cuando no me enamoré y me fui mal. Me volví a casar dos veces más.

Me afilié a un partido y alcancé un sitial interesante. Postulé al Congreso y perdí, pero seguí. Dejé la poesía por la oratoria. Un hombre sabio me dijo que antes que ser mal poeta me convenía ser un gran orador y así fue. Enterré o más bien, quemé (literalmente) mis poemas en algún año nuevo del cual no quiero acordarme. Destaqué como orador y gané un concurso universitario de oratoria. Recorrí América dando lecciones de democracia, gracias a una fundación.

Hablé en todas las tribunas y me dediqué a enseñar el arte de la elocuencia. Logré una catedra en una universidad privada, filosofía es mi tema. Escribí un libro sobre Kant y edité mi tesis de Schpenhauer.

Me cerraron mil puertas y me abrieron cien. Humillaciones, maltratos, pérdidas, quiebres, asaltos, cornadas, y, sobre todo, todos los goces inimaginables.

Como Neruda, confieso que he vivido.

Quizás desde una perspectiva amplia, de mundo, de una vida exagerada y por momentos atorrante, también puedo opinar: de política, literatura, economía.

Soy un devorador de vida y un hombre que donde va dice lo que piensa o piensa en voz alta sea cuales sean las consecuencias (y sí que las ha habido).

Y abro este blog con esa inquietud. Dicen que los que abren blogs es que han sido ninguneados en otros medios. Los Don Ninguno, abrimos blogs, no con la esperanza de ser alguien, sino de decir algo, de colgar el alma en los cordeles de la azotea. Aquí estoy, ahora soy de ustedes...
Ahi nos vidrios...